Por Cristina López
Lambies. 2º BATX E
SELECCIONADA CONCURSO INTERCENTROS
Hay una pregunta que seguro que alguna vez en la vida todo el mundo se
ha planteado: ¿Si hubiera un destino escrito, seguiríamos siendo libres? ¿Hasta
qué punto nuestra libertad es inalcanzable o nos puede llegar a ahogar? Y
profundizo un poco más esta pregunta: ¿Hasta qué punto ser libre nos hace
felices? Contando con que la libertad nos de la felicidad… Porque lo cierto es
que tendemos a pensar siempre en la libertad con cierta connotación positiva. Pero
¿qué opinamos de la indecisión, del miedo a errar, de no hacer lo más
beneficioso para nosotros mismos? Aunque, pensándolo bien… ¿Seríamos más
felices en un mundo perfecto, aunque esto nos costara la libertad? ¿Y si más
bien la libertad nos causa angustia pero está tan arraigada a nuestro ser que
no seríamos nosotros mismos sin ella?
El filósofo racionalista René Descartes, padre de la filosofía moderna,
tras demostrar la existencia de Dios y la existencia del mundo como un reloj al
que Dios ha dado cuerda, trata el tema de la libertad como característica
principal de la voluntad. Demuestra la existencia de Dios como sustancia
infinita, de la cual dependen las otras dos sustancias, res cogitans (sustancia
pensante, o alma) y res extensa (el mundo exterior contando el propio cuerpo).
Hace, por lo tanto, una separación drástica entre el alma y el cuerpo, ya que
este dualismo antropológico permite salvar la libertad dentro de su universo
mecanicista, la libertad solo puede residir en el alma, porque al no ser sustancia
extensa, no está sometida al dictado de las leyes necesarias de la mecánica.
Según Descartes las dos funciones del alma son el entendimiento (como facultad
de pensar) y la voluntad (como la facultad de afirmar o negar) y esta última
Descartes la identifica con la libertad. De estas conclusiones deriva su teoría
del error, pues errar es lo que nos hace libres, ya que significa que se ha
tenido la oportunidad de elegir. La libertad es algo evidente, además de ser la
máxima perfección del hombre. Es, por tanto, la capacidad de elegir entre
diversas opciones que se nos presentan. Pero, ¿nuestra elección podría verse
afectada por las diferentes opiniones de los demás y seguiría siendo libre?
Según Descartes sí, porque la indiferencia no significa más libertad sino al
contrario, solo cuando el entendimiento tiene ideas claras y distintas sobre lo
bueno y lo malo, o sobre lo verdadero y lo falso, la voluntad puede elegir con
plena libertad. La libertad consiste, por lo tanto, en el sometimiento de la
voluntad al entendimiento y esta es la idea principal de la ética cartesiana.
¿Pero deberíamos considerar libertad el seguir continuamente las
indicaciones, que en principio son válidas, de los demás? ¿No estamos
subordinando también nuestras ideas al basarnos continuamente en
recomendaciones o incluso órdenes ajenas? Es cierto que haciendo lo que nos
dicen los más entendidos en el tema que se está tratando, la probabilidad de
errar es menor, pero hay veces que la sociedad nos impone leyes, porque de
recomendación a orden hay, la mayoría de veces, una separación estrechísima
puede que inexistente. Por ejemplo, en el caso de las tendencias de ropa,
muchas veces nos sorprendemos al ver como una manera de vestir ha calado tanto
en la sociedad. Seguramente en numerosas ocasiones habremos podido comprobar
cómo las artimañas de venta pueden causar
la sensación de que el elemento a la moda, ha sido elegido por nosotros mismos.
Pero, ¿has sido libre al comprarlo? ¿Acaso pensamos que todas las tendencias
que ha habido desde el principio de los tiempos se han ido superponiendo unas a
las otras porque todas las personas del mundo a la vez han decidido que les
gusta otra manera de vestir? ¿La sociedad nos recomienda, o nos obliga? A
menudo obedecemos a los demás por alguna causa mayor que no entendemos, y
seguimos, sin querer, falacias una detrás de otra para explicar porqué hemos
hecho algo…
Conviene que hablemos ahora de Spinoza, también racionalista,
ligeramente posterior a Descartes, aunque convivieron en la misma época durante
varias décadas. Afirma que el hombre puede ser considerado como cuerpo (extensión) o como alma (pensamiento), pero ambos
son constitutivamente la misma cosa. Y así elimina de raíz el problema del
dualismo cartesiano, de la interacción entre alma y cuerpo. Claro que teniendo
en cuenta que esta separación es lo que hacía que Descartes confirmara la
existencia de la libertad, debemos temer, y con razón, que Spinoza erradique
por completo esta idea. Y lo hace precisamente con la demostración de la
existencia de Dios, pues hace hincapié en la definición que otorga Descartes a sustancia,
es decir, que no necesite de nada más para existir, pero tanto la res pensante
como la res extensa necesitan de la res infinita, Dios, para existir. Así pues
Spinoza solo concibe a Dios como sustancia, solo hay una única substancia,
poseedora de una infinidad de atributos de los cuales sólo conocemos el pensamiento y la extensión. De esta manera las tres
sustancias cartesianas quedan reducidas a una. Los humanos somos también modos
de Dios y fuera de Dios no puede darse ninguna substancia, siendo este la causa
inmanente de todos los seres. No hay azar en el mundo, todo está determinado
por Dios, todo hecho es causal, no casual. Y así llega Spinoza a la idea de la
completa inexistencia de la libertad humana, pues esta es solo producto de la
ignorancia: “Los hombres se engañan al
creerse libres; y el motivo de esta opinión es que tienen conciencia de sus
acciones, pero ignoran las causas por que son determinadas; por tanto, lo que
constituye su idea de libertad, es que no conocen causa alguna de sus acciones”.
Desde mi punto de vista, esta mirada al mundo como
algo completamente mecánico y premeditado me parece escalofriante. Siempre nos
hemos considerado libres aunque sea en el acto de pestañear. Entiendo, por otro
lado, la necesidad de una causa para todo, pero hasta yo, en el mismo momento
en el que decidí tratar el tema de la libertad para esta disertación, era
libre. O no. ¿Y si no lo hubiese sido? ¿Y si ya estaba programado? ¿Y si ya
estaba escrito que yo hiciera esta disertación y vosotros la leyerais? ¿Y si ya
estaba premeditado que yo hiciera esta pregunta? Pero, si Dios es el
programador del mundo y además en su perfección también entra la sabiduría y la
bondad… ¿Cómo puede haber dejado que ocurrieran todas las guerras y catástrofes
que han acontecido en el mundo? Ese mundo en el que cada persona tiene un
destino claro, que haga lo que haga va camino de ese final, pues actúa sin libertad
alguna, me parece realmente temible, porque aunque llegáramos a conocer algún día
ese destino o la causa de nuestros actos, cambiarlo también formaría parte de
él. ¿Quién cree ahora en las casualidades? Yo desde luego no estoy tan segura…
quizás deberíamos empezar a pensar en causalidades.
Para finalizar con este mar de dudas, con libertad o sin ella,
concluiremos con la posición de Sartre, que rompe completamente con las ideas
de los dos filósofos anteriores. Es un filósofo mucho más cercano a nuestro
tiempo, pues vivió durante el siglo XX, fue el mayor impulsor del existencialismo
y su fundamental principio filosófico es el análisis de la existencia humana
como punto de partida en la búsqueda de la realidad. La existencia es entendida
como un modo de ser particularmente
humano, es decir, el ser humano es el único animal con existencia, entendiendo
esta como algo que se crea a sí misma en libertad, como un proyecto y, por lo
tanto, solo pertenece a los seres que pueden vivir en libertad. El ser humano
es concebido como pura subjetividad, capacidad creadora, capacidad de ser para
sí mismo, de su propio hacerse, de su propio “existir”, y esta capacidad es la
libertad.
Nos encontramos ante una teoría que parece mucho más optimista que las
dos anteriores, pero esta filosofía es más bien pesimista, con una conclusión
que puede parecernos inconexa con la explicación anterior, pues Sartre defiende
que la existencia humana carece de sentido, es un absurdo, el ser humano es
"una pasión inútil ", ya que el ser humano es pura libertad, sin
esencia alguna. La afirmación de que "la existencia precede a la
esencia" es considerada como la característica fundamental del
existencialismo. Pero Sartre no se apoya en la existencia de Dios como
Descartes o Spinoza para hablar de la libertad, todo lo contrario, niega
completamente la existencia de Dios desde un ateísmo radical y, por lo tanto,
la existencia de los seres humanos no se puede ya reducir a la realización de
una esencia pensada por Dios.
Los
humanos tienen la capacidad de negar, lo específicamente humano es su no
determinación, su libertad, su nada, su hacerse, su existir, es un hacer libre.
De hecho Sartre nos explica que en el ser humano hay tres tendencias: a la
nada, al otro y al ser. Por tendencia a la nada entendemos la conciencia y la
libertad, esta es su propia esencia, no hay diferencia alguna entre el ser del
ser humano y el ser libre del ser humano: el ser humano es su propia libertad, no
tiene naturaleza alguna predeterminada.
Pero
volvamos al sentido pesimista
aparentemente inexistente a primera vista. Sartre defiende que la
libertad se revela en la angustia: ahí precisamente adquiere el ser humano
conciencia de su libertad. La angustia es la forma que tiene el ser humano de
darse cuenta de lo que es, es decir, la forma de darse cuenta de que no es
nada. El ser humano huye de la angustia y de este modo trata también de
sustraerse de su libertad. Pero el ser humano no puede liberarse de la
angustia, puesto que es su angustia, y por eso tampoco puede escapar de su
libertad. El ser humano está, por ello, condenado a ser libre. Es cierto
que elegir es una continua complicación pero al menos necesitamos que haya esa
oportunidad de elegir, porque si nos la quitan, por ínfima que sea, y deciden
por nosotros, entramos en cólera. ¿Quién quiere ir a un restaurante en el que
solo se sirva un único plato, un gobierno en el que solo esté la posibilidad de
una dictadura o una tienda donde solo se venda una camiseta? ¿Y tanta duda por
qué? Porque no podemos ver el futuro y no sabemos lo que será mejor para
nosotros. Y nos equivocamos, una y otra vez, sin poder evitarlo. ¿Acaso el
miedo a errar no es angustia? Si pudiéramos ver el futuro escrito, que plantea
Spinoza en su mundo mecanicista, quizás no fallaríamos, seríamos perfectos…
aunque quizás errar también sea parte de este destino. Y con el eterno dicho:
“Lo que no te mata, te hace más fuerte”, yo propongo que por un momento os
imaginéis un mundo donde nadie se equivoque, sin responsabilidad alguna, ni
valor moral.
Es
cierto que debemos equivocarnos, caer y levantarnos una y otra vez, y ser
libres para hacerlo. Pienso que somos libres, y si no lo somos… pues no llegaré
a saberlo nunca con certeza porque nuestro destino no está escrito en un blog
de notas al alcance de nuestra mano. Puede que tengamos un cierto camino ya trazado,
pero continuamente tenemos la oportunidad de cambiarlo y precisamente el no
saberlo es lo que hace a la vida más sorprendente, curiosa, interesante.
Estamos condenados a esa continua elección, es cierto. Pero eso también nos
ayuda a crecer, a conocer nuestros gustos: a ser nosotros mismos. Porque… ¿Qué
es la libertad si no es la capacidad de todo ser humano a ser diferente, ser
como se quiera ser? Se independiente y ante la duda de si eres libre, no lo
dudes: Actúa como si lo fueras.
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