jueves, 8 de enero de 2015

FC. LOS MUERTOS NO CUENTAN CUENTOS


Por Jordi Caballer Alegre ler. Batx. G
L
Siempre ocurre cuando alguien querido está rozando su mano. Siempre y a todos nos ocurre. Es más, no tiene por qué ser alguien querido, pues es algo que está detrás de cada uno, algo que a todo ser humano con dos dedos de frente le habrá rondado por la cabeza. Lo que ocurre cuando ves a alguien en sus últimos tiempos y en tu mente se presenta esta frase: "Maldita sea, yo también voy a morir". En ese momento es cuando llenamos nuestra mente de preguntas, pues la muerte es algo desconocido para el ser humano. Sólo nosotros podemos saber sobre la muerte; sólo nosotros somos mortales porque, como decía Fernando Savater en uno de sus textos: "Entre los griegos, humano y mortal se decía con la misma palabra. Las plantas y animales no son mortales porque no saben que van a morir, no saben que tienen que morir…”
Nosotros solamente conocemos los distintos problemas que plantea: sabemos que es un final para nosotros; un final que se nos presentará ya sea tarde o temprano; un final que no podremos experimentar personalmente y sólo podremos observar en otros, aunque eso nos regale las peores experiencias y sentimientos... Pero, a pesar de estos datos, no nos aporta nada nuevo.

¿Qué ocurre después de la muerte? ¿Es la muerte una destrucción total? ¿O simplemente es una transición? De estas preguntas que nos planteamos podemos distinguir dos pensamientos diferentes: la muerte definitiva y el tránsito.
Hablamos de muerte definitiva cuando se nos presenta como un final definitivo de toda forma de vida. Cuando los humanos conocemos la mínima posibilidad de que vamos a morir, entramos en un estado de pánico. Paradójicamente, la muerte brinda a nuestra existencia un sentido de la vida, lo que podemos llamar "ganas de vivir". De repente, el infinito tiempo que creíamos poseer se vuelve una cuenta atrás de la cual nos vemos obligados a sacar todo el provecho que podamos de la vida, o al menos, eso es lo primero que se nos aparece en la cabeza.
El tránsito, en cambio, se define solo como una pérdida en el sentido biológico de la vida. Aquí es donde entra en juego, por ejemplo, la religión, la cual obtiene su mayor sentido a través de la muerte, pues, como decía Woody Allen "Si la muerte no existiese, no habría dioses". Muchas formas de espiritualismo aceptan que el alma (la mente) sigue viviendo una vez el cuerpo se ha vuelto inservible, como si la muerte significara la liberación de nuestro ser del recipiente que hemos estado usando durante todo ese tiempo: el paso de nuestra mente a una vida distinta. En otras creencias, se habla incluso de la reencarnación. Este pensamiento, a pesar de ofrecernos unas creencias en las cuales, al parecer, nunca morimos, no nos da la satisfacción y la tranquilidad que necesitamos para saber que ocurrirá cuando pasemos al otro mundo (en caso de que exista), o mejor dicho, si nos gustará.
Como hemos visto, en ninguna de las formas de morir que hemos comentado se nos ofrece una opción cómoda para nuestra existencia, ya sea en una desaparición inminente y definitiva, como en una transición a otra existencia. Seguimos sin conocer nada de la muerte más lo que podemos ver y sentir por experiencia, por lo que las preguntas más generales sobre la muerte, como que ocurre después de ella, siguen sin respuesta. Al fin y al cabo, no podemos preguntarle a un muerto que hay después del fallecimiento, pues, está muerto.

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